El tiempo no pasa igual para todos. En muchos casos, el tiempo desgasta, hace que adquiramos vicios y nos encerremos en nuestro cascarón olvidando que, fuera, el mundo sigue su camino de evolución y cambio.

Con estas palabras podriamos describir el restaurante que hoy nos ocupa : La Posada de Sant Pere Molanta, en el Alt Penedes, cerquita de Vilafranca del Penedès, en la provincia de Barcelona.

El restaurante ha crecido a «empujones» desde el siglo pasado. De un comedor inicial (pequeño) se pasó a un añadido prefabricado, con mucha luz pero sin ningún parecido con la parte original. Creciò tambien hacia el fondo, adquiriendo la finca colindante y ampliando, y también creció hacia abajo, con una bodega que, desgraciadamente, se ha convertido en un mero almacén.

Pero bueno, vamos al asunto, a lo que nos preocupa, a lo de comer de verdad. Siendo realistas debemos reconocer que hace 40 años, el lugar era fabuloso por las viandas que te ponía en la mesa. Eso ya no es así. El magret de pato a la «llosa» (piedra caliente) ha perdido tamaño, calidad, color y textura.

Las ensaladas han pasado a ser impersonales y con productos poco cuidados (por ejemplo: una ensalada de la casa con una cebolla que pica como para dejarte la boca hecha polvo). Los caracoles a la llauna, buenos, pero con demasiadas cascaras rotas, con lo que se produce un efecto «complicado» en boca a la hora de comerlos.

Las croquetas caseras, justitas. Hoy por hoy hay en el mercado croquetas de quinta gama de más calidad. La escalibada, ni fú ni fá. Los canelones, con una bechamel un «poquito» rara. La paella, y el arroz negro , al filo del desatre. Eso si, la espalda de cordero, los pies de cerdo y la ternera con setas, buenas, pero sin aplausos añadidos.

Se nota que los años no han pasado en balde y que no han sabido reaccionar a los cambios que se han producido en el sector hostelero.

El servicio, justo. O bien te toca una persona mayor (nada en contra de la edad, no se me malinterprete) pero que pasa bastante ya de todo porque lleva muchos kilómetros a la espalda, o bien te toca un chico joven, excesivamente novato, que no sabe el nombre del cava de la casa, se olvida hasta por tres veces de traer la sal y la pimienta y va bastante perdido de aquí a allá.

En definitiva, un lugar con un pasado glorioso, un presente dudoso y un futuro que no acierto a vaticinar. Los precios del menú «ligeramente» altos por el producto que se ofrece, y los precios de la carta «excesivamente» caros por el producto que se ofrece.

Les deseamos lo mejor, que sepan reciclarse y amoldarse al futuro que ya es presente y que entiendan que no se trata de dar de comer » a porrillo» como si se alimentara a la tropa.

No se trata de que los domingos esté tan lleno que se vean obligados a decir que no a muchos intentos de reserva. No. No se trata de eso. Dar de comer a mansalva, sin criterio, y a mogollón, funciona hasta que deja de funcionar. Y francamente, visto lo visto, no veo a este restaurante, a menos que decida un cambio radical, funcionando por muchos años más con el éxito que tuvo en el pasado.

Ah! Y a los que trabajamos por la tarde, no nos gusta para nada que nuestra ropa, nuestra chaqueta, nuestra camisa, huelan a frito, a aceite y a guiso de pato, por muy bueno que este el pato (que no tanto) y por muy espectacular que sea la presentación del producto encima de una piedra de pizarra.

Lo mejor, que vosotros lo probéis i saquéis vuestra propia conclusión. Que no sea que yo haya tenido un mal dia o les haya cogido manía. Nada más lejos de mi intención.

 

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Sant Pere Molanta

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41.347735055176, 1.7392943789896

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