Casi todos sabemos que los tiempos han cambiado. Y siguen cambiando a cada dia que pasa. Mas y más rápido. Y el mundo de la gastronomía forma parte de este TODO cambiante. Y hay que saber acomodarse al siglo, a los cambios, a las necesidades de las nuevas modas, a las tendencias. A todo ello. Ya no se puede vivir de nombres, de etiquetas, de viejas recetas de la abuela (aunque no deban perderse, no deben ser el grueso de la oferta). Y en muchas poblaciones de nuestro país, algunos, bastantes, muchos, aun no se han enterado. Si a eso le sumamos la ineptitud (por ser suaves) de nuestros dirigentes políticos a la hora de generar posibilidades en lugar de crear conflictos con los Gremios de Hostelería y Asociaciones de Restaurantes, llegamos al fondo de la miseria.
Sitges, bonita (aún) población del Mediterráneo, ubicada muy cerquita de Barcelona, (a lo mejor por eso se ha contagiado), es uno de estos pueblos que está dilapidando todo su prestigio (y el gastronómico es uno de los principales) a marchas forzadas. La calidad media del grueso de sus establecimientos esta bajando de una forma estrepitosa a cada dia que pasa. Entre las viejas glorias del siglo pasado que no han sabido ponerse al día y los cada vez mas habituales establecimientos de paella y fideua a porrillo, nos encontramos con un vacío culinario que da miedo. En estos momentos, y salvo honrosas excepciones, que pueden contarse con los dedos de las manos, y por algunas aportaciones de pequeños restaurantes con gente bastante joven a los fogones y con un promedio de cinco años de experiencia que están aportando nuevas sensaciones, el resto está en la UVI y con pocas posibilidades. Sea por el desgaste de los de toda la vida, sea por las trabas burocráticas, sea por las pocas facilidades y comprensión por parte de los consistorios, sea por la degradación del publico medio que acude al pueblo, sea por el cambio climático, Sitges ya es la sombra de aquello que fue. Los autóctonos del lugar cada día se sienten mas extraños en su localidad y parece que a nadie le importa eso. En definitiva, hoy, otoño de 2018, nos cuesta comer bien en Sitges. Cada dia son menos los que con dignidad, calidad y sin sablear nos ofrecen aquella gastronomía que nos hace brillar los ojos, salivar de forma automática y notar aquella sensación de felicidad tan difícil de explicar cuando ocurre, pero cada vez más dificil de recordar por las pocas veces que nos ocurre. Sitges, ya nada volverá a ser igual.
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