Mola mucho ser un gran catador o un experto Sommelier. Explicar cómo es un vino, recomendar cuál es el mejor o el más adecuado se ha convertido en una pseudo-profesión que mola.
Pero en este campo, amigos, es en uno de los que hay más hay por liebre del mundo mundial.
Porque debemos entender que es muy difícil concretar, apreciar, discernir entre el bien y el mal, lo real y lo fake, lo de botella y lo de brick, lo glamouroso y lo básico.
Cuántos gurús de la cosa estarían dispuestos a una cata a ciegas?
Es tan grande el peligro que muchos de ellos se quedan por el camino, entre frases, clases magistrales y verborrea sin sentido.
Pero es cierto que un pequeño porcentaje de la sociedad está tocada por el halo divino de una nariz mágica. Paradójicamente, estos privilegiados son los que menos ostentan.
Son sencillos, humildes, y tienden a intentar explicar de una forma didáctica lo que esconde el mágico mundo de un buen vino o un buen cava.
Cuántos «visionarios» de la cosa han acabado haciendo el ridículo en una cata a ciegas confundiendo un vino de 200 euros botella con un brick de lineal de supermercado?
Cuántos iluminatti han diferenciado las calidades de dos productos cuando en realidad eran el mismo, camuflados en envoltorios de engaño?
Más de tres cuartas partes de todo este mundo mágico está concentrado en las percepciones a las que a menudo nuestro cerebro nos lleva. Nuestro cerebro… Ese gran desconocido que almacena sensaciones, momentos, circunstancias y vivencias.
Si nuestro gran momento de felicidad en la vida ha estado asociado a un brick de don Simón… Alguien nos puede garantizar que, para nosotros, ese no será el mejor vino del mundo cada vez que lo bebamos?
A lo mejor, es momento de desmitificar un poco.
A lo mejor, no hay ningún vino que pueda valer más de 25€
A lo mejor, estamos un poco… Bueno, eso, un poco…
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