Dicen que los pintores, los músicos y los cocineros están hechos de otra pasta. Yo no se si es verdad pero lo cierto es que si no estamos en ninguna de esas pieles, se nos puede hacer bastante difícil comprender las pasiones que genera cada uno de esos «artes». Por eso, cuando nos sentamos a la mesa de un restaurante y vemos cada uno de los platos que nos llegan, y vamos descubriendo sabores que alegran, presentaciones que emocionan, y productos de cercanía que durante muchos años fueron ignorados y que son realmente buenos, nos alegramos. Y mucho.
El restaurante que hoy nos ocupa es pequeño, y porque no vamos a decirlo, regentado por un par de hermanos incombustibles y muy, muy, muy especiales. Entienden lo suyo a su manera, y estaremos de acuerdo en que hay que respetarla y comprenderla aunque en algunos cosas no acabemos de hacernos cien por cien participes de sus principios básicos, pero ya os he comentado al início de este articulo lo de la «pasta» de la que están hechos los cocineros…
Amantes de la Blanca Subur en todas sus facetas, los dos hermanos, Valentí i Antoni, llevan a la máxima expresión esta filosofia.de apreciar los productos de proximidad, los platos autóctonos, las recetas que más nos emocionan…Y eso les conduce, por defecto, a convertirlos en seguidores convencidos de la filosofía «Slow Food». A pesar de que a mi, las etiquetas no me gustan, si tuviera que resumir lo suyo a la mínima expresión, pues creo que con pocas palabras lo definiría a la perfección…sabores, creatividad y tradición.
Os recomendamos las croquetas de gallo autóctono de la zona, o esa misma pieza sin hueso y en su propia salsa, el arroz a la Sitgetana, o la sepia con arroz, sin olvidar las diferentes sugerencias que cambian según la temporada, siguiendo la filosofía de buscar lo mejor del momento, y de lo más cerquita posible. En definitiva, un restaurante que, sin grandes ostentaciones nos ofrece una carta espectacular que si no probamos, nos dejará huérfanos de buenas sensaciones. Muy recomendable.
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