Algo se muere en el alma cuando un amigo se va.

Doscientos siete años van a tener la culpa de que un icono (otro) de Sitges, desaparezca de la población quien sabe si para siempre. No soplan buenos tiempos desde ya hace bastante tiempo.

El maldito covid19 ha hecho estragos en multitud de puntos de nuestra geografía y como no, también en Sitges.

Camilo Sesto titulaba ( y cantaba) uno de sus temas llamado “La culpa ha sido mia” y quizá ha sido uno de los pocos, aunque sea en una canción, que lo ha reconocido. En Sitges, nadie tiene la culpa de que Bacardi, la marca, la Casa, el Museo, cierren puertas. Lo cierto es que, aún sin ahondar en las miserias y tensiones por parte de ambas partes, y a buen entendedor con pocas palabras basta, el asunto solo tiene una explicación más que clarísima : El maldito parné.

Ya no se factura lo que se facturaba porque los turistas, la beautiful people, los barceloneses, las gentes del mundo ya no visitan Sitges. Sitges ha perdido mucho de su mágico contenido. Sigue teniendo un buen continente, pero a la que escarbamos un poco en su superficie, afloran muchas debilidades.

La gastronomía ha bajado muchos escalones y está a punto de entrar en un oscuro sótano. El nivel medio del visitante medio ha dejado de ser medio para pasar a ser bajo. El centro suele estar bastante descuidado y, salvo algunas excepciones, las calles más identificativas del pueblo están en unas condiciones tristísimas.

La playa prácticamente ha desaparecido en muchas zonas, los servicios son caros y el peaje de los túneles ayuda a matar al malherido. No es una cosa de dos días. Eso ya se viene arrastrando de unos años para acá. Y como no hay político que vea más allá de sus cuatro, ocho, o en el mejor de los casos, doce años de mandato, pues de aquellos polvos nos vienen estos lodos.

Todo se hace pensando en asegurar los votos del presente, arruinando las esperanzas de futuro.

Lo cierto es que, en petit comité, muchas personas piensan eso. Luego está lo que se comenta en público, en reuniones y demás. Ahí, de cara a la galería, todo se niega, todo está mejorando, todo va a volver a ser como antes.

Y va a ser que no.

Si desde siempre se ha vendido Sitges como la joya de la corona en cuanto a gastronomía playas y sol, y en la actualidad la gastronomía (salvo honrosas y contadas excepciones) está a niveles aterradores, y la arena de las playas brilla por su ausencia, la cosa no pinta bien. Eso si, de momento nos queda el sol, que hasta que Elon Musk lo compre, es gratis. La oferta no es consistente, la calidad del público ha bajado en picado y todo el tejido comercial del pueblo se resiente.

Cierran comercios, cierran restaurantes y, paseando tranquilamente por sus calles, nos tropezaremos con decenas de carteles que nos avisan : “se alquila” , “se vende”.

Entre todos la mataron y ella sola se murió.

Llevamos tantos años de caída sin red que ya nos queda poco para darnos la gran y definitiva ostia. Y ahora ya empiezan a cerrar los museos, aunque sea el Museo Casa Bacardí, un poco distínto del resto de Museos de la población. Pero cuando veas las barbas de tu vecino cortar…

Facundo Bacardi nació en Sitges. Emigró siendo muy joven e hizo fortuna en Cuba. Su deseo, volver a su tierra natal, a la que tanto quería. Ahora, más de 200 años después, sentiría vergüenza de ver como está el asunto.

De momento, cierran y se van para siempre. Solo nos quedará el recuerdo de una negra escultura muy sui géneris que preside, frente al mar, una de las calles que., solo hace tres décadas, tenía toda la marcha del planeta y que ahora da pena, penita pena. Esperemos que la escultura no desaparezca misteriosamente como los monolitos metálicos que en 2021 han hecho furor.

Se han ido tantos amigos de Sitges que si, creo que si, que ya tenemos el alma un poquitín más muerta. Esperemos un milagro, la esperanza es lo último que se pierde. O al menos, eso dicen.