Nos encontramos en la capital del Alt Penedes, tierra de buenos vinos y, porqué no decirlo, también de buenos cavas. Ubicado en las cercanías de la estación de trenes, justo a la salida de las población en dirección a Sitges, nos topamos con este restaurante que ya lleva en funcionamiento más de un año. A los mandos, un incombustible de los fogones. A pesar de su juventud, Xavier Carbonell es un crack en lo suyo. Muchos lo desconocerán pero se ha labrado un buen histórico desde el anonimato de grandes cocinas. De familia con tradición en lo suyo, quizás le ha faltado un poco más de promoción pública, pero ya sabemos que el grueso de los cocineros del país (exceptuando las grandes estrellas mediáticas) son poco dados a las labor de auto-promoción. Que le vamos ha hacer…
En La Vinya del mar encontramos lo que podríamos esperar en una población sin playa pero a pocos minutos del mar. Buen producto, al que añadimos la pericia del Chef y listos…A comer…
Anchoas de La Escala (únicas en el mundo), jamoncito del bueno, Xató de Sitges (Aunque estemos en Vilafranca nadie le puede discutir a Xavi un buen conocimiento de las maneras de Sitges, no en vano a pasado una buena porción de su vida cocinando en primera línea de mar), pulpo a la brasa y diversas ensaladas, entre las que destaca la de ventresca nos pueden alegrar el comienzo. Unos buñuelos, mejillones, almejas, calamares, croquetas y langostinos nos pueden aclarar las dudas que puedan surgir.
Mención extra nos merecen los arroces… El negro con»allioli», el de verduras, marinera, al estilo del «Senyoret» (en este no hay que limpiar nada, todo viene listo para engullir), el de montaña con romesco (hay que probarlo), el mar y montaña, el meloso de calamarcitos y alcachofas, el caldoso de bogavante, el «rossejat»con alioli… Menuda lista!
Redondeamos el asunto con un buen abanico de pescados y carnes en diferentes presentaciones y cocciones.
El comedor es único, y juega con separadores semi-opacos que ayudan a segmentar y a darle un aire no tan frío. Colores claros, techos altos, nulo olor a fritanga (eso a mi, personalmente, me tira para atrás cosa mala), servicio correcto, atento y aséptico. La separación entre mesas, la justa para que no de la impresión de recargado y la necesaria para que entre una mesa y otra no haya un mundo. Terraza exterior que imagino que en las noches veraniegas se transforma en todo un lujazo, más si tenemos en cuenta que el establecimiento se encuentra ubicado en una zona peatonal. Ah! No olvidemos: menú al mediodía a un precio asequible, con manteles de tela, cubiertos de verdad y cristal más que aceptable.
En definitiva, una buena recomendación por si visitamos esta ciudad. Nosotros hemos salido encantados.
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