Reconocemos que es difícil tomar decisiones, y más cuando estas pueden afectar a miles de personas. Y desgraciadamente, vivimos unos tiempos en que los que las deben tomar han pasado a demostrar que son los más ineptos entre los ineptos. Con el tema de la plaga del Coronavirus y visto lo visto, no damos con la solución. Esperamos como agua de Mayo que nos llegue la vacuna y mientras tanto, aplicamos poco sentido común y poca inteligencia a la forma de combatirlo.
Nos marcan una serie de pautas que, debido a nuestro encefalograma plano adquirido a base de mucho esfuerzo, somos incapaces de llevar a buen termino. Es cierto también que lo que nos indican que debemos hacer, tampoco es que esté tan claro. Que si las manos limpias, que si el gel desinfectante, que si la distancia de seguridad, que si respetar los espacios con asistencias masivas…
Pero lo grave del asunto es que, no aciertan con las soluciones. O nosotros hacemos poco caso a los consejos. O ambas cosas. Y de una forma casi irremediable, a partir del lio que se forma y de las normas prohibitivas, acabar recibiendo, como siempre, los establecimientos de ocio y disfrute. Bares, restaurantes, cantinas, mesones y casas de comidas, entre otros.
No importa que los transportes públicos parezcan latas de sardinas. No tiene importancia que los trenes de cercanías circulen a rebosar. Que las líneas aéreas se pasen por el forro las distancias de seguridad. Que la gente llene las playas como si no hubiera un mañana.
Eso no transmite la enfermedad. No infecta al prójimo.
Pero un restaurante, con dos, cuatro o seis personas sentadas, sin realizar un esfuerzo que les obligue a respirar más fuerte, sin una necesidad obligada de gritar mucho para hablar, con una distancia fija y estática durante todo el almuerzo que rebaja los riesgos a la mínima expresión es el foco principal de toda la pandemia.
Cuando vemos estas normas, entre otras igual o más ridículas, nos damos cuenta de la ineptitud, falta de materia gris y de coherencia nos ha invadido desde hace ya décadas.
Y lo peor de todo es que, quienes nos ordenan ahora y en muchos casos nos obligan a seguir unas normas absolutamente idiotas, están donde están porque nosotros los hemos escogido.
En ese momento es cuando descubrimos que desgraciadamente, tenemos lo que nos merecemos, no podemos quejarnos ni un poquito porque lo que ahora estamos recogiendo es fruto de lo que anteriormente habíamos sembrado.
En consecuencia, y en definitiva, los lugares donde comer y pasar un buen rato están heridos graves, y algunos de ellos ya no saldrán de la uvi. Y todo, por un bicho que no se ve, ni se toca, ni se huele.
Desde aquí, restauradores, propietarios, chefs,recibid un abrazo bien grande y todos los ánimos imaginables, que tristemente no os servirán de mucho, pero a veces, el apoyo moral es lo único que nos queda cuando van mal dadas.
Que alguien les diga a esta banda de ineptos, que la gastronomía es cultura, que muchas de las grandes historias e inventos de la humanidad han surgido en el entorno de una buena comida y que sin eso, pues eso…seremos, tristemente, un poco más incultos.
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